

Historia
Iglesia
4ºESO
Higloria
Historia
de la Iglesia
4º E.S.O.
1.- La Iglesia y el cambio de la dinastía en el reinado de Felipe V
Dada la importancia que el cambio de la dinastía supuso para la historia de España nos ocuparemos de estudiar que influencia tuvo la Iglesia española en este cabio.
De forma general hemos de afirmar de forma categórica que en este cambio no estuvo ausente la Iglesia, tan estrechamente imbricada en la política protagonizada por los gobiernos españoles de los Austrias.
Nos referimos al papel jugado por la Iglesia española, particularmente la castellana, en el apoyo a la construcción del Estado moderno, tempranamente manifestado desde el Concilio de Sevilla de 1478 y, sobre todo, la Asamblea General del clero castellano, reunida en Córdoba en 14822, así como a la sintonía posterior mostrada entre Iglesia y la Monarquía en la defensa de unos intereses comunes que incidieron de forma determinante en el tejido político y socioeconómico.
Ahora bien, como también había sucedido en los siglos anteriores, no sólo sería la Iglesia española la que desempeñaría un papel en los cambiospor venir, sino que la Santa Sede o, si se quiere, la Curia romana, adquiriría un destacado protagonismo en la marcha de los acontecimientos.
Bien conocido es que la falta de sucesión directa para ocupar el trono de la Monarquía española no sólo era motivo de preocupación en la Corte de Carlos II, sino que llega a convertirse en tema de primordial importancia para las principales cancillerías europeas, deseosas de participar de algún modo en el posible reparto de tan suculenta herencia o, al menos, de impedir que la misma sirviese para acrecentar el poder de alguna de las partes en disputa por la misma.
Con respecto a este tema la Iglesia española, como cuerpo jerárquico, no desplegó una acción unitaria definida, posiblemente por la división que tan espinoso tema había ocasionado dentro del propio estamento clerical especialmente
Este hecho no impidió que, a niveles individuales, prodigaran actuaciones destacadas al respecto, así, las del Inquisidor General Mendoza, claramente austracista, o, por citar otro ejemplo también cualificado, el del último confesor regio, P. Matilla, «acusado por memoriales de la época de haberse mezclado demasiado en las intrigas que señalaron los finales del reinado».
Fue en este terreno, el de las actuaciones individuales, donde d’Harcourt, encargado francés por llevar los intereses de Francia a buen término, demostró también su pericia para desintegrar la cohesión del bando adversario y atraer a su campo a quienes podían aportar indudables beneficios para conseguir su objetivo, ya que, entre otras maniobras, supo ganarse a una de las personas con mayor influencia ante el monarca, el cardenal don Luis Fernández Portocarrero, arzobispo de Toledo, hasta entonces integrante del sector favorable al archiduque austriaco; fueron las diferencias entre el cardenal y el almirante de Castilla por alzarse con la primacía dentro del grupo, las que permitieron al embajador francés tener a su lado una bazatan importante.
Sin duda, la actividad desarrollada por el intrigante prelado resultó determinante para, tras arduos esfuerzos e incidentes, que incluso condujeron al destierro a algunos de sus más destacados adversarios, llevar al convencimiento de Carlos II de que el nombramiento como heredero de Felipe de Anjou era el medio más seguro, gracias a la protección de Francia, para conservar unidos sus dominios, argumento de suma eficacia ante la fuerte visión patrimonial de los mismos que tenía el último Habsburgo español. No olvidemos que «dentro del concepto patrimonial de la Monarquía era de especial responsabilidad para el Monarca mantener intacta aquella herencia, aquel mayorazgo inmenso; el cambio de titular era secundario; no importaba demasiado quien fuera su poseedor siempre que se mantuviera íntegro».
No obstante, eran muchos los obstáculos por vencer, por lo que Portocarrero, aún contando con inapreciables ayudas y sirviéndose de su privilegiada posición entre la jerarquía eclesiástica, hubo de moverse con habilidad dentro de un mundo de intrigas, tarea para la que, dado el resultado final, debía estar bien dotado, pese a la mediocridad que presidió su actuación en los demás terrenos.
Para los partidarios de la solución borbónica era de suma urgencia lograr que Carlos II, cuyo deterioro de salud era cada día más obvio, hiciese testamento a favor de su candidato, hecho que preocupaba menos a los austracistas, puesto que en caso de que el Rey falleciese sin testar debían de aplicarse las cláusulas correspondientes del testamento de Felipe IV que entregarían el trono al archiduque.
Por ello, en junio de 1700, y tras una intensa campaña para ganarse adhesiones a su causa, el cardenal de Toledo consiguió que el Consejo de Estado —con las excepciones de los condes de Fuensalida y de Frigiliana, que defendían la
necesidad de convocar las Cortes castellanas para pronunciarse sobre el tema— recomendara en una consulta al monarca que nombrase heredero a Felipe de Anjou.
Para entonces se había alcanzado un extenso reconocimiento de que este arreglo era el más conveniente, sobre todo en Madrid, mientras que en los demás territorios se mantuvo, por lo general, una actitud en cierto modo pasiva ante la cuestión.
No era éste el caso de una gran parte de la Corona castellana. «El pueblo temía la guerra, la invasión [francesa], los altos estratos, la desmembración. Ambos coincidían en que la única solución era el duque de Anjou. La Monarquía íntegra bajo un nuevo titular, una nueva dinastía, no tan extraña, pues a consecuencia de los enlaces los Borbones eran ya medio españoles».
Se habían dado, pues, pasos importantes, pero aún quedaban dudas en la voluntad de Carlos para otorgarle su herencia a un nieto de su tradicionalenemigo; Portocarrero no desmayó y tuvo que vencer la resistencia regia a otro obstáculo: el de las renuncias previas a su matrimonio de Ana y de María Teresa de Austria a sus derechos a la Corona.
El argumento en su contra no fue otro que el persuadirle de que dichas renuncias se habían efectuado para evitar la unión de la Monarquía española y la francesa, lo que se solventaba con el hecho de que el candidato era el segundo hijo del Delfín y, además, que podían —y debían— establecerse normas para que en ningún caso pudiese unir en su persona ambas coronas.
Aún utilizaría el prelado otro recurso de gran trascendencia: el juicio del a Santa Sede, importante por dos motivos bien diferentes. Por un lado, la autoridad moral que para la religiosidad algo ñoña de aquel monarca no dejaba de ser un elemento valioso; por otro, no se podía olvidar que dentro de la Monarquía los territorios de Nápoles y Sicilia eran feudos pontificios, por lo que la postura del Papa en la cuestión sucesoria adquiría en el estricto sentido político una singular importancia.
Portocarrero utilizó, por tanto, este medio y convenció a Carlos II para que acudiese al pontífice solicitando su criterio (vii-1700). S.S.Inocencio, Pp., XII no tuvo más remedio que aceptar el envite y, tras consultar a tres de sus cardenales y posiblemente creyendo que era el mejor modo de evitar la guerra, emitió un informe favorable a la sucesión francesa. En la carta enviada por el S.R.Pontífice se especificaba:
«Fácilmente echará de ver V.M. que no debe poner los intereses de la casa de Austria al nivel de los de la eternidad, no perdiendo jamás de vista la cuenta que debe dar de sus acciones al rey de los reyes, cuya severa justicia no hace diferencia de personas. No puede V.M. ignorar que son los hijos del Delfín los herederos legítimos de la corona, y ni el archiduque, ni otro ningún individuo de la casa de Austria debe poner a ellos el menor reparo. Cuanto más importante tiene la sucesión tanto más dolorosasería la injusticia de excluir a los legítimos herederos atrayendosobre vuestra frente la venganza celeste».
La postura pontificia con esa apelación a la salvación ante un moribundono podía ser más categórica. La muerte de S.S.Inocencio, Pp., XII el 27-ix de ese mismo año no ayudaría precisamente, como veremos, a las relaciones posteriores entre Madrid y Roma.
Se ha sospechado que el informe de los cardenales fue falsificado, lo que parece dudoso porque los mismos habían sido escogidos entre la facción pro-francesa del Colegio Cardenalicio.
A pesar de la propuesta papal, seguían las dudas y vacilaciones del Rey; mientras, su salud empeoraba y lo tenía ya al borde de sus posibilidades vitales.
Finalmente, tras una apremiante consulta del Consejo de Castilla (1-x-1700) para que resolviese la sucesión y, con ello, llevase la tranquilidad a sus súbditos, el día 2-x firmó el testamento, presentado por el Cardenal Portocarrero a quien le había encargado su redacción, declarando heredero de todos los territorios que componían su Monarquía a Felipe de Anjou.
De momento, la firma del testamento era el triunfo, inesperado y sorprendente para el emperador Leopoldo, del partido borbónico y, por tanto, de su dirigente más destacado, el arzobispo de Toledo, don Luis Fernández Portocarrero, quien iba a ver refrendado su poder y la enorme confianza regia en él depositada con la promulgación de un insólito Real Decreto (29-x-1700), en el que el Rey dispuso que, dado su delicadísimo estado de salud, el cardenal gobernase en su nombre con idéntica autoridad a la suya.
Cierto que tan extraordinaria autoridad tuvo escasísima vigencia en el tiempo —Carlos II moría el 1-xi—, sin embargo, su propia existencia dejaba patente quién controlaba en esas fechas las riendas políticas de la corte de Madrid.
Con el fallecimiento del monarca entró de inmediato en funciones la Junta de Gobierno prevista en las disposiciones testamentarias en la que la preeminencia del primado toledano continuó de manera indiscutible.
Tras la aceptación por parte de Luis XIV de las clausulas testamentarias se pensó que la paz entre ambos bandos quedó sellada pero la realidad es que elnombramiento del primer Borbón fue causa de una contienda similar a una guerra civil, en la que los estamentos clericales se vieron implicados de forma directa en uno y otro bando.
El estamento eclesiástico, profundamente dividido, vivió el drama de la Guerra de Sucesión con gran intensidad; muchos de sus miembros padecieron situaciones angustiosas, a las que no estaban acostumbrados y, en uno y otro bando, fueron usuales las persecuciones, encarcelamientos, huidas, destierros…, propios de cualquier contienda civil.
Tras la guerra, adelantándose a las forzadas y masivas emigraciones políticas de nuestra época contemporánea, muchos eclesiásticos partidarios del archiduque, al igual que un contingente importante de nobles, sufrieron el exilio, a veces, eso sí, dorado por los puestos que llegaron a alcanzar en Viena o en los antiguos dominios italianos de la Monarquía. «En cambio los que del partido vencido permanecieron en España hubieron de soportar pretericiones y vejámenes hasta que el tiempo realizó su obra apaciguadora»
Fueron, por tanto, años llenos de dificultades, que sólo entrarían en vías de una deseada solución cuando el término del conflicto bélico permitió el inicio de un acercamiento entre Roma y Madrid, y que sólo empezaron a vislumbrar una posible salida cuando, tras la llegada a Madrid de Isabel de Farnesio, pues cayó en desgracia el anterior equipo de gobierno y desaparecieron de la esfera de gobierno, entre otros, el P. Robinet y el fiscal de Castilla don Melchor de Macanaz (1715).
Fiel reflejo del nuevo clima quedó reflejado, a niveles internos, en el hecho de que Felipe V se dirigiera a los prelados españoles (v-1715) solicitándoles que «le dijeran con libertad cristiana las culpas que podían tener irritadas la justicia divina y los remedios para «obtener la misericordia de Dios» y, a la vez, le expusiesen los medios adecuados para lograr una mejor «situación religioso-moral del clero y la reforma moral de la sociedad cristiana española»lo que tantas expectativas creó en Belluga, quien pronto sería elevado al rango cardenalicio.
Antes del reinado de Fernando VI, reinó en España Luis I, reinado sin ninguna trascendencia dada su brevedad por su muerte temprana, lo que motivó la vuelta de su padre Felipe V a reinar. Por cierto que durante el reinado de Felipe V, una vez asentado en el trono, dio señales de un cierto galicanismo, reflejo de las actitudes galicanas de los reyes franceses, este galicanismo de Fernando se vio atemperado su religiosidad , se puede decir un tanto enfermiza .
Seguiría después el reinado de Fernando VI , un reinado en el que la búsqueda de la paz y no alineación de España con las naciones en conflicto, fue algo insistentemente buscado, y una vez logrado se puede decir que España se rehizo viviendo una época de paz y cierta prosperidad. Durante su reinado se firmó el Concordato entre la Iglesia y el Gobierno español (Más INFORMACIÓN)
2.- La iglesia española en el s.XVIII.
2.1.- La Ilustración y sus repercusiones en la Iglesia
Trataremos de describir la Ilustración del modo más claro y corto posible. Digamos que es un movimiento, una actitud, una corriente de pensamiento acerca del hombre, del poder de su razón, de su bondad natural, y del valor de las ciencias matemáticas y físicas, para el conocimiento y explicación de la naturaleza que dan por resultado una actitud optimista ante la vida queestá dirigido, al cambio del orden religioso, político, económico y científico. Esta dirección es lo que hace que hayamos descrito la Ilustración como un movimiento y no un sistema filosófico.
La ilustración nace en Inglaterra, pasa posteriormente a Francia, a Alemania, Austria, a Italia y a España con repercusiones en sus colonias americanas. Esto nos da ya idea de la extensión del movimiento, que abarca prácticamente, de una manera más o menos profunda, lo que hoy denominamos mundo occidental. Pero aunque en todas estas naciones se pueda hablar de la presencia de la Ilustración, anteriormente descrita, ésta tiene en cada uno de los países mencionados, unas diferencias nada despreciables; nos ocuparemos de la Ilustración Francesa y de la Española pues son los dos extremos del movimiento, desde el punto de vista de sus repercusiones en la Iglesia católica, que es lo que a nosotros interesa.
La Ilustración Francesa se caracteriza por su racionalismo extremoque da lugar al culto a la razón, como si ésta fuera una diosa, divina. Este culto llegó al extremo de intronizar una estatua representativa de la razón humana en la catedral de Notre Dame de Paris. La razón humana es el único medio que tiene el hombre para el descubrimiento e interpretación de la verdad en todos los órdenes de realidad.
De este principio, se deduce que aquello que no pueda ser demostrado por la razón son puros mitos, ilusiones, en consecuencia la revelación no existe, los dogmas católicos por contradecir a la razón, no son científicos, el Dios cristiano y el misterio Trinitario es el culmen de la irracionalidad.
La razón a lo único que puede llegar es a demostrar la existencia de un Dios que no interviene para nada en el mundo, por lo tanto no hay necesidad de ninguna religión, pues Dios que hizo el mundo como el Gran Relojero se desentiende de él, una vez puesto en marcha, es el llamado Deismo, no hay pues Encarnación, ni providencia divina, ni Iglesia católica fundada por Dios, ni mandamientos de Dios, ni virtudes cristianas, ni amor cristiano, ni caridad cristiana ni nada que huela a religiones.
La Iglesia Católica se distingue, dicen, por su intolerancia, intransigencia y atraso, decía Voltaire refiriéndose a la Iglesia Católica: “Aplastemos a la Intolerante”.
La Ilustración Francesa se distinguió por el rechazo frontal de la Iglesia católica. Rousseau afirmaba en el Contrato social: "al soberano pertenece fijar los artículos de la religión del país, aunque no puede obligar a nadie a creer los artículos de fe de la religión del país, no obstante puede desterrar del Estado a quien no los crea, no por impío, sino por insociable… Y si alguno, después de haber reconocido públicamente estos dogmas, se porta como si no creyera,¡sea condenado a muerte! Por haber cometido el más grande de los crímenes… y prevaricado ante las leyes"
Los representantes más ilustres de la Ilustración francesa son: Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Diderot, D, Alembert. Y la Gran Enciclopedia Ilustrada el depósito de todas las ideas de los Ilustrados franceses.
La Iglesia se defendió contra la Ilustración francesa con los medios tradicionales: excomunión, privación de sacramentos, censura de libros, peticiones para que intervinieran los poderes públicos, obras apologéticas…
Por contradictorio que parezca, lo cierto es que quienes introdujeron en España el modernismo y la crítica ilustrada, fueron algunos sacerdotes. Así, la Compañía de Jesús tenía el monopolio de la enseñanza superior tanto en España como en las colonias americanas, en la Congregación de Roma celebrada en 1706 aprobó el estudio de las enseñanzas científicas de Descartes, así como que en 1748 se celebrara en el Seminario de Nobles de Madrid, regido por los jesuitas, un congreso sobre las ciencias matemáticas, que repitieron después en Barcelona.
El padre benedictino Benito Jerónimo Feijoo fue el introductor de la Ilustración en España, se trató no cabe duda de una Ilustración compatible con la ortodoxia católica, dirigiendo sus ataques contra la superstición, la excesiva credulidad y el fanatismo. Abogó por la reforma de las universidades atacando sus métodos, los temas de estudio, el olvido de las ciencias; decía en unas de sus Cartas Eruditas: “Pero Excelentísimo Señor, ni de mis declaraciones, ni de las de otro algún particular creo se puede esperar mucho fruto en orden a introducir, y extender el conocimiento de las Ciencias, y Artes útiles, de que en España hay tan escasa noticia. Es menester buscar más arriba el remedio, y subir hasta el Trono del Monarca para hallarle. ¿Y cuál es éste? Le erección de Academias Científicas debajo de la protección Regia; por lo menos de una en la Corte, a imitación de la Real de las ciencias de París." (Cartas eruditas, tomo III, Carta XXXI, al final)
Otro de los eclesiásticos con nombre propio es el jesuita José Francisco Isla, cuya novela, “Fray Gerundio de Campazas alias zote” es una diatriba contra los sermones llenos de ampulosidad y verborrea y carentes de contenido y saber, abundantes en su tiempo.
Así pues una minoría selecta formada por hombres “ni ciegos ni fanáticos” leyeron a los enciclopedistas tomando de ellos lo que les pareció necesario, introduciendo en España el “espíritu del siglo de las luces”, surgiendo la llamada “Ilustración católica”.
De una manera muy natural esta fórmula usada en España pasó a sus colonias americanas. La educación dada por la Compañía de Jesús tenía tan buena fama que se puede afirmar que quienes aparecen como “ ilustrados” en la historia, por ejemplo, de Méjico, son los formados en el Colegio de san Ildefonso, o en algún otro colegio mayor de los Jesuitas.
Es un hecho que en las colonias americanas el s.XVIII fue también una época de reformas. Se fundaron periódicos y universidades, se abrieron imprentas, academias y museos, escuelas de minas y de cirugía todo ello impulsado en su mayor parte por instituciones religiosas.
A pesar de las ideas y hechos en su mayor parte anticristianos acontecidos en este siglo, podemos decir que tales ideas no calaron aún en la vida del pueblo español siendo patrimonio de los círculos elitistas de la sociedad, por ello la Iglesia continuó su vida, conservando sus creencias, realizando sus servicios, dando lugar al nacimiento de santos y santas en su seno.
2.2.- El Calvario de la Compañía de Jesús.
La presencia de la Compañía de Jesús en la vida de la Iglesia está marcada por sus servicios a la misma, en los más diversos campos de su actividad y vida: en el de la promoción de la vida cristiana a través de los ejercicios espirituales que en frase de san Francisco de Sales ha hecho más santos que letras tienen, en el de las misiones y evangelización de los pueblos, en el de la ciencia y del saber con la publicación de gran cantidad de obras abarcando las más distintas materias, en el de la investigación e innovación teológica, en sus esfuerzos por adecuarse a los tiempos y circunstancias procurando estar siempre en la primera línea de la renovación, en el de la innovación en todos los niveles de la enseñanza y especialmente en la superior, en su obediencia al S.R.Pontífice etc., de forma que resulta inexplicable, no sólo la persecución que sufrió en el s.XVIII por instituciones laicas, especialmente, por las monarquías borbónicas europeas que seguían considerándose cristianísimas, por el jansenismo y la ilustración, sino por el calvario de su extinción decretada por el mismo S.R.Pontífice.
Este que hemos llamado calvario de los jesuitas comenzaría por su expulsión de Portugal en 1759, en Francia el 1764 y en 1767 de España y de sus colonias americanas, terminando poco después el 1773 con su crucifixión,decretada su extinción por S.S.Clemente, Pp., XIV.
¿Cuáles fueron las causas que llevaron a la extinción de la Compañía? Con estas palabras las sintetiza Marcelino Menéndez y Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles: "queríase a toda costa acabar con los jesuitas, y cuando el s.XVIII vino, aunáronse para la común empresa jansenistas y filósofos. El impulso venía de Francia. Salieron a relucir el probabilismo, el regicidio, los ritos chinos y malabares, el sistemamolinista de la gracia; y juntamente con esto se les acusó de comerciantes y hasta de contrabandistas, de agitadores de las misiones del Paraguay y de mantener en santa ignorancia a los indios de sus reducciones para eternizar allí su dominio.”
El jesuita P. Pinedo, sintetiza las causas en dos grupos. El primer grupo, que él llama causas internas y entre ellas: la intromisión en la política por medio de los confesores reales; el control de la administración de los estados, por sus alumnos; la tendencia de los confesores jesuitas al llamado laxismo,consistente en no dar importancia a pecados tenidos por graves por otros moralistas y por los jesuitas leves.
Entre las externas, las incluidas en el texto de Menéndez Pelayo y la envidia de algunas otras órdenes religiosas que veían con malos ojos el influjo de los jesuitas en el campo de la enseñanza y lo que ellos llamaban “orgullo jesuítico”.
El gobierno de Madrid se puso en contacto con los de Lisboa, París, Nápoles y Parma para presionar al S.R.Pontífice y conseguir la extinción de la Compañía. Para los reyes borbónicos ésto sería el golpe definitivo a los jesuitas.
Por toda Europa se extendió una propaganda contraria a la actividad de los jesuitas, esto debería estar apoyado con el mayor número de eclesiásticos posible, especialmente del alto clero.
Se pensó en convocar un concilio nacional; la idea se desechó porque podría retardar la supresión por lo que el rey optó por solicitar de modo personal y secreto el dictamen de cada uno de los obispos españoles.
La carta era una especie de intimidación, conociendo el sentir del monarca y el gobierno. Esto, unido al antijesuitismo de buena parte del alto clero español, dio el resultado de 46 obispos favorables a la extinción, 8 contrarios y 6 no respondieron al requerimiento real.
Es casi motivo de risa lo que Carlos III, el rey español, aconsejaba a su hijo el rey de Nápoles “que expulsara inmediatamente a los jesuitas de su reino, pues temía que iban a atentar contra su vida en venganza de las vejaciones que habían sufrido por parte suya”. Esta idea se fundaba en la doctrina jesuítica, propia de Santo Tomás, de que el bien común de una nación podría justificar el tiranicidio, es decir, el dar muerte al tirano, rey o presidente de una nación, tal como aparece en la obra del jesuita Juan de Mariana “De rege et regis Institutione".
Otros historiadores hablan de que el motivo de la expulsión de los jesuitas de España fue la acusación de la participación de los mismos en los motines ocurridos por diversas causas en la nación, contra Carlos III, tales como el motín de Esquilache, o el motivado por la carencia de abastecimientos en Madrid, así como por la ausencia de iluminación en las calles madrileñas. Causas ninguna fundamentada históricamente, y aún en la hipótesis, también improbable, de que algún jesuita pudiera haber influido en ellos, en nada se justificaba un castigo a toda la Compañía incluida la de los jesuitas presentes en las misiones, de las distintas colonias españolas.
¿Pero que llevó al papa a decretar la extinción de la Compañía de Jesús en toda la Iglesia? Básicamente la debilidad e inexperiencia de un S.R.Pontífice como S.S.Clemente, Pp., XIV, quien presionado y amenazado con la provocación de un Cisma por los ministros y embajadores borbónicos y algunos cardenales enemigos de los jesuitas, terminó cediendo un 21-vii-1773.
El general de la Compañía, padre Ricci, se limitó a decir “Yo adoro las disposiciones de Dios". Fue encarcelado y recluído en las prisiones de Castel Sant'Angelo, donde murió el 24-xi-1775.
Los jesuitas españoles fueron llevados inicialmente a los Estados Pontificios contra el deseo del papa que no los dejó entrar en sus dominios. Miles fueron los jesuitas extinguidos entre ellos los más de 5.000 provenientes de las misiones americanas. No faltaron en este trasiego situaciones las más veces dolorosas de los suprimidos: humillaciones, enfermedades, más de cien, muertos, y la tragedia de no saber donde ir.
La Compañía de Jesús no se extinguió del todo, Federico II de Prusia, y Catalina II de Rusia, prohibieron la promulgación del decreto de extinción en sus estados. ¿Quién lo diría? Este pequeño rescoldo permitiría el renacimiento de los jesuitas.