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III.- Pontificado de S.S.Pío, Pp., XII

III.1.- Primeros años

          S.S.Pío, Pp., XII de nombre Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli Graziosi nació en Roma en 1876 y murió en Castelgandolfo (Italia) en 1958, reinó como el S.R.Pontífice 260º, desde el 2-iii-1939 y hasta su muerte en 1958.

          Tercer hijo de los cuatro tenidos por Filippo Pacelli y Virginia Graziosi. Su familia estaba unida tradicionalmente al Papado por vínculos de devoción y servicio.

          Eugenio Pacelli terminó los estudios de segunda enseñanza en 1894 y en los meses sucesivos maduró en él la decisión de abrazar el sacerdocio y seguir los estudios eclesiásticos; sucesivamente cursó la Filosofía en la Universidad Gregoriana, y la Teología y el Derecho Canónico y Civil en el Ateneo Pontificio de San Apolinar. El 2-iv-1899 recibió la ordenación sacerdotal.

          A partir de 1901 simultanea el servicio diplomático en la Santa Sede con la docencia del Derecho Canónico y con diversas actividades pastorales.

          El Emmo. y Rvdmo. Cardenal Gasparri, le confió una misión de decisiva importancia: la Nunciatura en Baviera, para la que fue designado el 13-v-1917, cuando las circunstancias de la IGM, habían alcanzado su máximo dramatismo. El trabajo de Pacelli fue doble: por un lado trabajó con el mayor ahínco en favor de una paz pronta y justa; por otro desarrolló una actividad incesante en favor de las víctimas de la guerra.

          En 1919 fue nombrado Nuncio en Berlín, desempeñando este cargo desde el 22-vi-1920. La nueva misión, en la Alemania vencida, cuya reconstrucción nacional se iniciaba, no era fácil: había que tutelar los derechos de los católicos en la nueva República federal, para lo que resultaba imprescindible una negociación diplomática con cada uno de los Estados que la integraban. Su Excelencia Reverendísima el Arzobispo Pacelli firmó un Concordato con Baviera en 1925, y posteriormente otro con Prusia. Bajo la guía del nuevo S.R.Pontífice, S.S.Pío, Pp., XI, que le conservó en la Nunciatura, comenzó también la preparación de un Concordato con el Reich germánico. 

 

III.2.- El Eminentísimo y Reverendísimo Cardenal Pacelli

          En 1929 S.S.Pío, Pp., XI lo creó Cardenal y en 1930 fue nombrado Secretario de Estado.

          Las condiciones políticas alemanas se orientaron, desde la crisis de la República de Weimar, al totalitarismo de Adolf Hitler, que se convirtió en dictador absoluto del III Reich, y que pronto amenazó con la anexión de Austria. El S.R.Pontífice y su Secretario de Estado se afanaron por conseguir un Concordato con estos dos países. No ignoraban que pactaban con un régimen político que no ofrecía grandes garantías de respeto a lo pactado; pero precisamente por esto, la Santa Sede temía mucho por la futura condición de los católicos en Alemania, y estaba en el deber de defenderlos y protegerlos con todos los medios a su alcance. De haber alguna posibilidad de conseguirlo, era llevando al gobierno nacionalsocialista a la firma de un Pacto internacional solemne, cuya violación fuese siempre más difícil, y diese además motivos al Vaticano para reclamar contra su incumplimiento y exigir su observancia; sobre esta base, el Emmo. y Rvdmo. Cardenal Pacelli negoció y firmó un Concordato con Alemania, que juntamente con el que también firmó con Austria, constituyeron la única garantía posible en Centroeuropa para los derechos de los católicos en los años siguientes.

          Del acierto del Secretario de Estado de S.S.Pío, Pp., XI en aquella negociación no cabe dudar: hoy, en 1973, los Concordatos firmados por él en 1933 con la Alemania de Hitler y con Austria están todavía vigentes, fueron reconocidos por la República de Alemania Occidental y Austria, y siguen constituyendo la base sobre la que se apoyan las relaciones entre estos países y la Iglesia Católica.

          Además, como Secretario de Estado, realizó una tarea a escala mundial de verdadera magnitud.

 

III.3.- S.S.Pío, Pp., XII y la IIGM

          El 2-iii-1939, fecha de su 63º cumpleaños, fue elegido S.R.Pontífice y asumía el nombre de Pío XII. Apenas elegido, la primera preocupación de S.S.Pío, Pp., XII fue evitar un nuevo conflicto bélico que desgraciadamente estalló pocos meses más tarde. Una intensa actividad del S.R.Pontífice y de sus Nuncios, en continuo contacto con los gobiernos de los países implicados en el futuro conflicto, intentó detener el curso de los acontecimientos, por medio de la reflexión, la negociación y toda clase de llamamientos a la paz.

          Está comprobado documentalmente que, a través del S.R.Pontífice, Alemania e Italia conocieron de antemano cuál sería la reacción de las potencias occidentales si se invadía Polonia, y que no quisieron creerle. El 24-vii-1939, S.S.Pío, Pp., XII dirigió al mundo su famoso mensaje tratando de prevenir el conflicto armado, que está considerado como uno de los grandes textos del s.XX en favor de la paz. De todas partes llegaron a Roma expresiones de reconocimiento al S.R.Pontífice por este llamamiento. Pero la ceguera de los gobernantes les impidió seguir sus directrices, y la guerra estalló; todavía el 31-viii, mientras los cañones alemanes empezaban a disparar en Danzig (Gdansk), los Nuncios Apostólicos en Madrid, La Haya, Bruselas y Berna llevaban a cabo una última gestión de paz, y el Secretario de Estado, el Emmo. y Rvdmo. Cardenal Maglione convocaba en Vaticano a los representantes diplomáticos de Alemania, Italia, Polonia, Francia y Gran Bretaña para tratar de evitar la extensión del conflicto.

      La publicación de la ingente masa de documentación relativa a la guerra y el juicio objetivo de los historiadores responsables, ha puesto a la luz la ingente obra de S.S.Pío, Pp., XII por alcanzar resultados positivos en todos estos campos. A la vista de tales datos, no es posible dudar de que el S.R.Pontífice fue la figura mundial que más hizo por la paz y por aliviar la suerte de la humanidad entre 1939-1946; sin distinguir entre unos y otros, ni por su raza ni por sus creencias ni por su nacionalidad, la Iglesia Católica desplegó un esfuerzo asistencial inmenso, del que millones de personas fueron beneficiarias. En ocasiones, el silencio del S.R.Pontífice -silencio externo, nunca cese en sus gestiones humanitarias de todo orden- evitó persecuciones y represalias mayores; cuando su palabra y su denuncia eran el único y extremo recurso, las utilizó sin reservas, a la búsqueda siempre de la justicia y de la paz.  

          A pesar de que se le ha acusado de ser poco firme ante Hitler no fue así en realidad y, si guardó una prudencia, fue siempre por no crear mayores dificultades a los católicos de los países invadidos por el nazismo. Sobre el documento que escribió S.S.Pío, Pp., XI (Mit brennender Sorge) comentó: “Nadie podría acusar a la Iglesia de no haber denunciado y señalado a su tiempo el verdadero carácter del movimiento nacionalsocialista y el peligro en él que ponía  a la civilización cristiana”.

          Cabe señalar que apoyó a miles de judíos, directa e indirectamente, como es el caso de quienes salvaron sus vidas por actas de bautismo falsas que él ordenó se les fueran dadas.

 

III.4.- S.S.Pío, Pp., XII y la Cuestión Judía

          ¿Debía S.S.Pío, Pp., XII haber hablado públicamente y de modo totalmente explícito contra el exterminio de judíos mientras se producía el Holocausto? Emilia Paola Pacelli explica que en aquel momento S.S.Pío, Pp., XII tomó –dolorosamente– la decisión de ayudar en secreto a los perseguidos, convencido de que las denuncias serían contraproducentes.

          Así lo expone en un artículo publicado en L’Osservatore Romano[1], del que recogemos algunos fragmentos. Se necesita paciencia y prudencia, que tienen algo de heroico, para enfrentarse a las exigencias contradictorias de un ministerio pastoral sentido y vivido –así lo admite S.S.Pío, Pp., XII– como una corona de espinas, un ministerio que exige con frecuencia “esfuerzos casi sobrehumanos”:

Por desgracia, donde el Papa quisiera gritar con fuerza, hay un silencio de espera que a veces le viene impuesto; donde quisiera actuar y ayudar, le es impuesta una espera paciente". Y también se necesitan para poder gestionar el dolor del angustioso dilema –"es dolorosamente difícil decidir si convienen una discreción y un silencio prudente o palabras decididas y una acción enérgica"–, en el lúcido conocimiento de las incalculables consecuencias que podría desencadenar una palabra de más. [...] El Vicario de Cristo conoce bien la tremenda responsabilidad que pesa sobre él. No puede arriesgar: la mínima ligereza podría tener repercusiones devastadoras para miles de inocentes. La consigna puede ser solamente una: "¡Salvar en primer lugar vidas humanas!". [...] Bendito, divino silencio, si vale para alejar de los otros cualquier reacción injuriosa, aunque el precio inevitable que haya que pagar sea una extrema crucifixión interior. Tanto es así que Fulton Sheen vio en Pío XII "un drymartir", "un mártir incruento", no inclinado –decía– como Atlas bajo el peso del mundo, sino erguido bajo el peso de la cruz. Y es precisamente esta la imagen que se nos presenta esculpida en el testimonio que dio de Pío XII, en mayo de 1964, el siervo de Dios don Pirro Scavizzi, y nuevamente publicado por el padre Rotondi el 1 de junio de 1986. Al volver del frente ruso por segunda vez, en 1942, con el tren hospital en el que trabajaba como capellán de la Orden de Malta, visitó al Papa para informarle del éxito de la misión de ayuda a los perseguidos, realizada secretamente por encargo del mismo Pontífice, y sobre los horrores nazis en Austria, Alemania, Polonia y Ucrania. Don Scavizzi declara textualmente lo siguiente: "El Papa, de pie junto a mí, me escuchaba emocionado y conmovido; alzó las manos al cielo y me dijo: ‘Diga a todos los que pueda que el Papa agoniza por ellos y con ellos. Dígales que muchas veces he pensado en fulminar con la excomunión el nazismo, en denunciar ante el mundo civil la bestialidad del exterminio de los judíos. Hemos escuchado amenazas gravísimas de represalias no contra Nuestra persona, sino contra los pobres hijos que se encuentran bajo el dominio nazi. Por diversos trámites, nos han llegado encarecidas recomendaciones para que la Santa Sede no tome una actitud drástica. ’Después de muchas lágrimas y muchas oraciones, he llegado a la conclusión de que una protesta de mi parte no solo no habría ayudado a nadie, sino que habría suscitado las iras más feroces contra los judíos y multiplicado los actos de crueldad, pues están indefensos. Quizá mi protesta me habría procurado la alabanza del mundo civil, pero habría provocado una persecución contra los pobres judíos todavía más implacable que la que sufren’ […]”.  

 

III.5.- La persecución marxista contra la Iglesia

          Concluida la guerra, una parte del mundo quedó sometida al comunismo o en su esfera de influencia, y en ella comenzó pronto una acción directamente orientada a la eliminación de toda forma de vida religiosa. De resultas de ello, tuvo la Iglesia Católica que sufrir muy serias persecuciones, cuyo marco lo constituyeron fundamentalmente Rusia y los países socialistas, de una parte, y la China continental, de otra.

          El comunismo había declarado su propia incompatibilidad ideológica frente a la religión, y por medio de un plan científicamente preparado trató de arrancarla de pueblos y naciones. Se expulsó a los misioneros extranjeros; se encarceló a la jerarquía local; se clausuraron escuelas e iglesias; se practicó una política educativa atea y materialista; se prohibió el culto y todas las manifestaciones de la fe. Primeramente en Rusia; luego, gradualmente, en los restantes países tras el telón de acero. En la China popular, la revolución marxista amenazó de ruina a su floreciente cristiandad. Triunfante la revolución comunista en 1949, comienza en seguida la eliminación sistemática de la Iglesia; en 1954 no quedaba ningún misionero, en 1952 se había ya expulsado al Internuncio papal.

 

III.6.- El magisterio de S.S.Pío, Pp., XII

          Por encima de todos sus otros méritos, sobresale S.S.Pío, Pp., XII en la Historia de la Iglesia por su magisterio doctrinal. Habló y escribió continuamente, ante toda clase de personas y sobre toda clase de temas. Se ha dicho sin exageración que ninguna cuestión, grande o pequeña, de interés para el hombre escapó a su estudio y a su enseñanza. Sus numerosas Encíclicas, que contienen el pensamiento de la Iglesia en temas fundamentales de la religión y de la vida humana; el sistema de trabajo del S.R.Pontífice hace que tales Encíclicas, algunas preparadas durante varios años, contengan una riqueza de argumentación, un apoyo documental y una seguridad de pensamiento difíciles de alcanzar aun en los más elaborados textos doctrinales. El uso que de las mismas se ha hecho ha sido continuo, incluido el S.C.Vaticano II, que ha encontrado en ellas fuentes de primer orden para la exposición magisterial; su influencia en el pensamiento y en la vida católica contemporáneos resulta, en consecuencia, decisiva.

          Pueden citarse, entre los documentos más importantes, Mystici Corporis, Divino afflante Spiritu, Mediator Dei, Sacramentum ordinis, Humani generis, Munificentissimus Deus, Sacra virginitas, Haurietis aguas, Fidei donum, etc.

          En otra línea diferente se sitúa la bula Munificentissimus Deus, de 1-xi-1950, que define el dogma de la Asunción al Cielo de la B.V.María. Con esta definición, el S.R.Pontífice respondía a un deseo mil veces expresado por el pueblo cristiano; previa la consulta del episcopado universal, y en el marco de las solemnidades del Año Santo, esta definición dogmática manifiesta a un tiempo un nuevo dato de la teología de la salvación y señala a la Iglesia la necesidad absoluta de la devoción a la Virgen como señal que distingue al católico y presta mayor fuerza a su espiritualidad.

          La salud del S.R.Pontífice, que nunca fue mucha, pese a lo cual resistió una actividad tan notable como la que acaba de quedar reseñada, se resintió gravemente en 1954. La crisis fue superada, pero S.S.Pío, Pp., XII vivió en más precarias condiciones los últimos cuatro años de su vida, molestado por frecuentes recaídas. Aun así no se permitió pausa en su tarea, hasta que las fuerzas le faltaron totalmente a finales del verano de 1958, durante su permanencia estival en Castelgandolfo. El 9-x-1958, después de una agonía de cuatro días, el S.R.Pontífice murió, a sus 82 años de edad y casi 20 de pontificado. S.S.Pablo, Pp., VI ha iniciado el proceso de beatificación.

 

 

 

 

[1] Edición en español, 24-xi-2000.

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