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II.- La expansión del cristianismo en los ss.II-III

 

 

II.1.-  Introducción

      Expondremos a grandes rasgos las líneas maestras de la expansión del Cristianismo, desde el final de la edad apostólica hasta los primeros años del s.III, cuando la Iglesia comenzó a vivir en libertad. A lo largo de los ss.II-III en el corazón de la era de las persecuciones, se puede advertir una progresiva intensificación de la penetración cristiana en el mundo antiguo. Esta penetración revistió distinto grado según las regiones, y también puede afirmarse que, por lo general, afectó, sobre todo, a la población de las ciudades. El Cristianismo fue, en estos siglos, un fenómeno preferentemente urbano, y tan sólo a partir del s.III comenzó a difundirse con cierta amplitud en los medios rurales aunque hubo excepciones.

 

II.2.-  La expansión cristiana en Oriente

      En el Oriente romano hallamos durante la época apostólica dos principales focos de cristianización: Siria y Asia Menor. La capital de Siria era Antioquía, que había ocupado un lugar destacado en la historia cristiana desde los mismos orígenes de la Iglesia. En el s.III la acción misionera se extendió desde aquí hacia el oriente, creándose un nuevo centro de difusión evangélica en Edesa, capital de la región de Osrohene. Este camino de penetración cristiana prosiguió adelante en el s.III: el Cristianismo avanzó por Mesopotamia, se introdujo en Persia y desde allí los misioneros cristianos llegaron a la India. El Asia Menor fue otro gran foco cristiano en esta época, y las iglesias se multiplicaron en numerosas ciudades de todas las provincias. La carta dirigida a Trajano por Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, acredita que el Cristianismo se hallaba arraigado en la provincia.

       Asia Menor fue también punto de partida de la difusión del Cristianismo en Armenia, donde halló tan buena acogida que el país se cristianizó rápidamente en el s.III.

       En Palestina, la difusión de la fe fue más difícil y, tras el ocaso del judeocristianismo, las comunidades cristianas parecen estar prácticamente limitadas a la población griega de las ciudades. En cambio, en Egipto, desde principios del s.III se advierte un vigoroso florecimiento de la iglesia de Alejandría, que pronto fue famosa en todo el mundo y que adquirió prestigio por entonces con la figura de Orígenes. Alejandría desarrolló una actividad misional entre la población campesina del valle del Nilo, que se cristianizó en grado considerable a lo largo de este siglo. Por lo que hace a la Europa oriental, Grecia quedó atrás en intensidad de cristianización, comparada con la vecina Asia Menor. Corinto parece haber sido el principal centro de vida cristiana. En las regiones balcánicas y danubianas el Cristianismo había ya penetrado en el s.III, y la persecución de Diocleciano causó numerosas víctimas.

 

II.3.-  La expansión cristiana en el Occidente romano

       En la parte occidental del Imperio, el Cristianismo arraigó prontamente en la Urbe romana. La iglesia de Roma tuvo enseguida un elevado número de miembros, y Tácito puede hablar de la «enorme muchedumbre» de los que padecieron martirio en la persecución neroniana. La Italia meridional tuvo también núcleos cristianos desde el s.I, y San Pablo, al desembarcar en Dikearkía (la napolitana Puteoli, actual Pozzuoli) en el año 61, se encontró con los hermanos de la comunidad de aquel puerto de mar. En el s.III, los cristianos de la ciudad de Roma se contaban por millares y, esparcidas por la Península, habría tal vez un centenar de comunidades organizadas.

      El otro gran foco cristiano de Occidente fue el África latina, cuyo centro principal era la vieja ciudad de Cartago. Esta región recibió el Cristianismo en el s.II, y antes de que terminase la centuria había dado ya mártires de la fe. Los escritos de Tertuliano hacen pensar que, a finales de siglo, la iglesia de Cartago era ya una notable y vigorosa comunidad. En el transcurso del s.III, el Cristianismo llegó a ser, probablemente, la religión mayoritaria entre la población romanizada de las ciudades, y los sínodos cartagineses permiten afirmar que, en torno al año 250, existían por lo menos un centenar de comunidades, con obispo propio en cada una. El esplendor del Cristianismo africano en el s.III está inseparablemente unido a la figura y a la obra del gran obispo mártir de Cartago, San Cipriano. La cristianización, que fue tan intensa en las ciudades romanas de África, apenas penetró, por el contrario, entre la población campesina de origen púnico y en las tribus beréberes del interior. Esta deficiencia terminaría por ser de funestas consecuencias para el destino cristiano del África romana.

        El Cristianismo llegó a las dos Galias por el sudeste. El puerto de Massilia (Marsella) y el valle del Ródano eran las vías de penetración, y en el s.II existían cristiandades importantes en ciudades como Lugdunum (Lyon) y Colonia Iulia Vienna (Vienne). El Cristianismo alcanzó después la Germania romana, y en el s.III había iglesias cristianas en Augusta Treverorum (Tréveris), en ciudades como Colonia Claudia Ara Agrippinensium (Colonia) y Moguntiacum (Maguncia), y en algunas localidades de la Germania inferior. Una incipiente cristianización se había iniciado en Britania, donde hubo mártires en el s.III, y en el siguiente algunos obispos insulares asistieron al concilio de Arles (a. 314).

        Hispania era, por último, la región más occidental del Imperio, adonde las influencias cristianas llegaban procedentes, sobre todo, de Roma y del África romana. Hacia el año 200, Tertuliano, al proclamar que el Cristianismo se hallaba extendido por doquier entre los pueblos del mundo conocido, precisaba que había llegado ya a todos los confines de Hispania. El tono apologético del texto no autoriza a aceptar literalmente esta afirmación, pero sí a recibirla como testimonio de una sustancial presencia cristiana en la Península, al finalizar el s.III. En este siglo, los escritos de San Cipriano y las noticias de martirios revelan la existencia de núcleos cristianos en toda la Península. Las actas del concilio de Iliberis (Elvira, año 305) ofrecen un cuadro bastante preciso de la situación de la Iglesia en Hispania al término de la era de las persecuciones: existían numerosas comunidades cristianas, puesto que allí se mencionan por encima de 50. Las regiones más cristianizadas parecen ser aquellas donde la romanización era también más intensa: las provincias de la Bética y la Tarraconense, es decir, la actual Andalucía y la costa mediterránea.

       Como resumen de todo lo expuesto, podemos concluir que, cuando llegó la hora de la libertad de la Iglesia, el Cristianismo había penetrado profundamente en Siria, Asia Menor y Armenia; y, por lo que toca al Occidente, Roma, con la región suburbicaria y el África cartaginesa estaban también densamente cristianizadas. Otras tierras, como Egipto, Grecia y parte de Italia, de las dos Galias y de Hispania, sin alcanzar el nivel de las primeras regiones, contarían también en su población con fuertes minorías cristianas.

 

 

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