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I.- El Papado en la I Guerra Mundial

y la Cuestión Romana

I.1. El papado durante la IGM

          Durante la I Guerra Mundial (IGM) en su comienzo el Vaticano estuvo guiado por S.S.Pío, Pp., X, que luego de contraer una fuerte bronquitis falleció el 20-viii de ese año. Luego del cónclave realizado tras la muerte del S.R.Pontífice es elegido Giacomo Giovanni Battista della Chiesa que como asumió el nombre de Benedicto XV.

      Había nacido en Génova en 1854. Ordenado sacerdote en 1878, entró a formar parte de la congregación de asuntos eclesiásticos del Vaticano. Luego pasó a la Secretaria de Estado. En 1907, S.S.Pío, Pp., X lo nombró Arzobispo de Bolonia. Su elección como S.R.Pontífice, en 1914, fue la primera en la cual no intervino ningún soberano extranjero. Durante su pontificado, renovó el Código de Derecho Canónico (legislación eclesiástica). Rápidamente, se ocupó por construir la paz mundial. De paternal corazón, S.S.Benedicto, Pp., XV entendió que su misión era la de ser un apóstol de la paz, un promotor de comunión y reconciliación en medio del odio y del irracional conflicto. S.S.Benedicto, Pp., XV quiso ser para todos un padre, un hermano solidario, un cristiano coherente. Así, tuvo muestras de solidaridad con las víctimas de la gran guerra. Por ello el S.R.Pontífice ha sido calificado como el buen samaritano de la humanidad y es recordado como el Papa de la paz.

      El inicio de su pontificado coincidió con el estallido de la IGM. En su encíclica Ad beatissimi Apostolorum del mismo 1914 analizó las causas del conflicto y proclamó una neutralidad estricta que disgustó a ambas partes beligerantes. En 1914 promovió lo que fue la tregua de navidad, tregua no oficial que se dio lugar en las fronteras occidentales entre bandos que dejaron de luchar incluso por semanas.

       En 1917 la IGM estaba haciendo estragos, sin mostrar ningún signo seguro de concluir pacíficamente. S.S.Benedicto, Pp., XV, había agotado todos los medios naturales a su alcance para lograr la paz, pero de nada sirvieron. Dándose cuenta del poder limitado aun de la diplomacia pontifica, el agobiado y ya entonces frágil Papa se dirigió a la Santísima Madre de Dios, a través de quien se dispensan todas las gracias. El S.R.Pontíficie pidió a todos los cristianos rogar urgentemente a la Virgen María para obtener la paz en el mundo, encomendando ese logro solo a Ella.

     Basado en la idea cristiana de que la guerra es uno de los peores males que pueden abatirse sobre la humanidad, S.S.Benedicto, Pp., XV hizo todo lo posible para aliviar los sufrimientos provocados por el conflicto que dividía al mundo. Varias de sus sugerencias, apoyadas por S.C.M.Alfonso XIII, Rey de España, fueron tomadas en consideración por los beligerantes. Incluso, la Santa Sede creó una agencia de información sobre los prisioneros. En 1917, publicó una carta en la que decía que la paz no es hija de la violencia sino de la justicia.
       Poco antes, había nombrado como Nuncio Apostólico en Alemania a Eugenio Pacelli —a la postre, S.S.Pío, Pp., XII— cuya misión era la de contribuir a la pacificación mundial.

      Finalizada la IGM, en 1919 S.S.Benedicto, Pp., XV realizó muchas acciones caritativas, intercedió en favor de los alemanes, para que los aliados desistiesen del cruel bloqueo que habían impuesto, y que venía ocasionando un innecesario sufrimiento a muchas mujeres y niños. El S.R.Pontífice mandó realizar una colecta entre los feligreses de todo el mundo para ayudar a niños hambrientos.

       En 1920, S.S.Benedicto, Pp., XV promulgó la encíclica Pacem dei Munus. Allí advertía: “No hacen falta muchos argumentos para demostrar los gravísimos daños que sobrevendrían a la humanidad si, firmada la paz, persistiesen latentes el odio y la enemistad en las relaciones internacionales”.

      Sus palabras resultaron trágicamente proféticas. Casi dos décadas después, con las heridas mal curadas de la IGM, estallaba la segunda, con una cuota mayor de muertos y de dolor devastando países enteros.

     S.S.Benedicto, Pp., XV, en cuyo pontificado la Iglesia ganó peso específico y sentó las bases de un diálogo con las Iglesias Ortodoxas, murió en 1922, víctima de una epidemia de gripe. Sus últimas palabras fueron: “Ofrecemos nuestra vida para la paz del mundo”.

 

I.2. La Cuestión Romana

          Cuando el 20-ii-1878 el Emmo. y Rvdmo. Vincenzo Gioacchino Card., Pecci fue elegido S.R.Pontífice y tomó el nombre de León XIII, el nuevo Papa se encontró con una herencia de su predecesor, S.S.Pío, Pp., IX, que incluía muchas luces pero también algunas sombras, como era la llamada “cuestión romana”. Se trataba de la disputa entre el papado y el gobierno italiano, nacida en los planes del Conde de Cavour en 1861 y cristalizada el 20-ix-1870, día en que el ejército italiano, a manos del general Raffaele Cardona, conquistó la Urbe, entrando por la Via que desde entonces se llamaría “20 de Septiembre”. Cuando al año siguiente el gobierno publicó la “Ley de Garantías” -que desposeía al S.R.Pontífice de su poder temporal, si bien le concedía el trato de soberano y la extraterritorialidad de algunos palacios en Roma, y le asignaba una pingüe remuneración anual- S.S.Pío, Pp., IX se negó a aceptarla, considerándose desde entonces prisionero en el Vaticano, lo que provocó que la tensión entre el Vaticano y el gobierno italiano se hiciera más patente, llegando a ser virulenta a finales de siglo.

          Durante el pontificado de S.S.León, Pp., XIII se produjo un fuerte incremento del anticlericalismo, debido no sólo a la “cuestión romana”, sino también a la difusión del positivismo, que presentaba la ciencia, ídolo de aquella época (y hasta hoy en día), como incompatible con la fe. Mientras que el anticlericalismo de la derecha italiana -que había llevado a cabo la reunificación de Italia y había ostentado el poder hasta 1876- se había manifestado, sobre todo, en las medidas legislativas, el de izquierda que vino después se manifestó especialmente en desfiles y clamores, como en ocasión de la fiesta del 20-ix, que cobró un marcado acento antipapal y anticatólico. Si bien es verdad que el gobierno italiano no secundó los deseos de los radicales sobre la abrogación de la Ley de garantías, también es cierto que toleró estas manifestaciones callejeras. Entre los episodios más conocidos y rocambolescos recordaremos el asalto al féretro de S.S.Pío, Pp.,  IX, que cerca estuvo de acabar en el fondo del río Tiber en 1881, durante su traslado nocturno a la Basílica de San Lorenzo, en el cementerio del Campo Verano.

          Por lo que se refería a la cuestión romana, las posiciones permanecían sin novedad. Los liberales sostenían que la ley de las garantías había solucionado ya definitivamente el problema y que el Papa era absolutamente libre en su ministerio pastoral, mucho más que cuando tenían que aguantar los pesados controles del régimen absoluto. Olvidaban o minimizaban las frecuentes ofensas inferidas al Obispo de Roma, el creciente despliegue de laicización que paralizaba gran parte de la pastoral, las trabas que se ponían al nombramiento de los obispos, e interpretaban las reiteradas protestas del S.R.Pontífice contra lo que él llamaba abusos intolerables como una prueba evidente de su libertad.

          Los católicos fieles a las directrices vaticanas respondían diciendo que un pontífice sin soberanía, incluso temporal, era y seguía siendo súbdito de otra autoridad y por lo tanto no podía considerarse independiente. Los eventuales privilegios de que podía disfrutar dependían de hecho y de derecho del arbitrio de otra autoridad y, naturalmente, podían ser revocados; lo que quería decir que eran más una abstracción que una realidad. Esta tesis aparecía, sobre todo, en la carta escrita por S.S.León, Pp.,  XIII al Emmo. y Rvdmo. Cardenal Rampolla, su Secretario de Estado, el 15-vi-1887 (”lejos de ser independientes, estamos sometidos a un poder ajeno […]”), al igual que en la nota enviada por aquellos mismos días por el propio Rampolla al cuerpo diplomático. Pretendía el S.R.Pontífice la devolución, al menos, de la ciudad de Roma, mientras el político liberal del centro, Ruggero Bonghi, replicaba: “Territorio, el reino de Italia no puede restituir ni poco ni nada”.

          Si los liberales no admitían la posibilidad de una soberanía territorial inherente a una potencia distinta del Estado italiano, S.S.León, Pp.,  XIII continuó hasta su muerte, como se desprende de una carta que quiso (caso quizá único en la historia del papado) que se leyera en el cónclave celebrado para elegir a su sucesor, considerando imposible la coexistencia de los dos poderes en una misma ciudad, contraria a la naturaleza misma de las cosas y a la experiencia plurisecular, innoble dejación, herida en el prestigio de la Santa Sede, motivo continuo de violencias o, al menos, de presiones. Más válidas aún eran las otras apreciaciones de S.S.León, Pp.,  XIII: parecería el S.R.Pontífice como infeudado en una dinastía, huésped de un poder extranjero y su actuación resultaría menos grata y quizá sospechosa.

          El restablecimiento del poder temporal en medida más o menos amplia era, por tanto, un postulado irrenunciable, hacia el que se ordenaba toda la actividad política de la Santa Sede. Si bien en los primeros años posteriores a 1870 no se excluía la posibilidad de una intervención armada de cualquier potencia no italiana, se siguió tratando de buscar el apoyo diplomático internacional, buscándolo bien en Alemania o bien en otros lugares.

          Seguía, entre tanto, en pie la directriz vaticana de abstenerse en las elecciones políticas. La abstención, actitud en un primer período espontánea en amplios sectores católicos partidarios de la oposición total a1 Estado italiano, pero combatida vivamente por otros, se vio sancionada algo más tarde desde lo alto, aunque con cierta timidez y alguna reserva inicial. Durante el pontificado de S.S.Pío, Pp.,  IX, en 1866 declaró el Vaticano que los católicos elegidos para diputados podían prestar el juramento de fidelidad al Estado sólo en el caso de añadir públicamente la cláusula “quedando a salvo las leyes divinas y eclesiásticas”, lo que en realidad, equivalía esto a impedir a los católicos su participación en las elecciones.

          Después de la ocupación de Roma, se dio un paso más, al declarar la Penitenciaría en 1871 y 1874 que “no convenía” (el famoso “non expedit” sobre el que tanto han escrito los historiadores) que los católicos participasen en las elecciones, atendidas las circunstancias del momento. Ya en tiempos de S.S.León, Pp.,  XIII, en 1886 precisó el Santo Oficio: “non expedit prohibitionem importat”, que reafirmaba la prohibición anterior, si bien seguía siendo lícita la participación en las elecciones administrativas (ayuntamientos, regiones). Nacido de consideraciones prácticas, como reacción a la anulación de algunas elecciones y destinado al fracaso, el “non expedit” se fue convirtiendo poco a poco en una cuestión de principio: protesta ideal contra la política de hechos consumados, preocupación por mantener el movimiento católico en su pureza original, aislándolo de cualquier contacto con la revolución. Y ciertamente el non expedit contribuyó a que disminuyese la proporción de votantes -aunque sea difícil establecer cifras- y a que aumentase el distanciamiento entre el Estado italiano y las masas.

          Los católicos, que por este procedimiento se habían autoexcluido de 1a participación directa en la vida política dentro de los cauces y fórmulas que les ofrecía el Estado liberal, no se limitaron a una espera pasiva e inerte de los acontecimientos. Superada rápidamente la “teoría de la catástrofe”, que creía en el desastre total del Estado italiano castigado por Dios por sus culpas, los católicos intransigentes se agruparon en un movimiento de oposición extraparlamentario tratando de influir en la vida italiana por otros medios. Nacieron y se desarrollaron las organizaciones católicas a escala nacional, agrupadas en torno a la Opera dei congressi e comitati cattolici que, nacida en 1874, desarrolló una intensa actividad mediante sus diversas secciones, especialmente en Italia del norte, hasta que, deteriorada por interiores tensiones entre jóvenes y viejos, fue liquidada por S.S.Pío, Pp.,  X en 1904.

          En 1887, un discurso en el que S.S.León, Pp.,  XIII -cansado de tantas trifulcas entre los mismos católicos italianos- hablaba de la “funesta disensión”, abrió los ánimos a la esperanza, tanto más cuanto que el presidente del consejo, Francesco Crispi, contestó en el mismo tono conciliador. El fogoso benedictino P. Tosti publicó entonces “La Conciliazione”, proponiendo una solución basada en la renuncia de la Santa Sede a toda soberanía territorial y, sin esperar autorización alguna, inició ciertos sondeos con el gobierno italiano. Todo quedó en seguida en agua de borrajas en el momento en que Crispi contestó a una interpelación en el Parlamento, que Italia no pedía conciliación porque no estaba en guerra con nadie. Esto provocó, por parte de S.S.León, Pp.,  XIII, una reacción negativa que, como hemos visto, duró hasta el final de su vida. No hay que excluir en este fracaso la intervención de la masonería, aunque se debió fundamentalmente a la oposición existente entre ambas partes y el miedo a ceder en el “tira y afloja” del poder. El fracaso sirvió únicamente para incrementar, por reacción natural, el anticlericalismo callejero. 

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